Cuando una enfermedad nos obliga a detenernos
¿Te ha pasado que una enfermedad te obligó a cambiar completamente tu día a día, tus prioridades, tus proyectos?
Las enfermedades nos ponen frente a la necesidad imperiosa de parar, detenerse, hacer un alto, recluirse (literalmente) en nuestra cueva simbólica. Puede ser por una enfermedad individual, personal, de una persona muy cercana o por un riesgo colectivo que obliga a permanecer aislado, como pasó tantas veces en la historia. Y ocurrió hace poco tiempo también.
Luego de un diagnóstico de una enfermedad, se nos presenta un momento que se podría calificar de dramático, pero que, sin embargo, tiene también el calificativo de extraordinario: nos permite poner pausa en el vertiginoso ritmo cotidiano que tal vez no tenemos claro a dónde nos está llevando. Nos permite hacer un alto en una cueva y reflexionar sobre el camino. Cuando no nos detenemos por propia decisión, el entorno nos detiene. No desaprovechemos la ocasión.
Nos acompaña Julia Zenko, de Eladia Blázquez, Honrar la vida. Qué mejor que esta reflexión para este momento: ‘No! Permanecer y transcurrir, no es perdurar, no es existir / ¡Ni honrar la vida! / Hay tantas maneras de no ser …’
Cuando la salud nos obliga a parar, todo se redimensiona. Actividades que creíamos imprescindibles no pueden realizarse y descubrimos que podemos pasar sin ellas. Podemos pasar sin ir a un café, a un cine, a un centro de compras, o a un club. Otras situaciones cotidianas, en cambio, que pasan desapercibidas, más cercanas, íntimas, empiezan a ser centrales, notorias, valiosas, necesarias: un beso, un abrazo, una caricia, un momento de charla personal. Pasar sin ellas empieza ser más difícil. La reclusión en la cueva lo pone de manifiesto. Descubrimos que las preocupaciones diarias que ocupan nuestra mente (horarios, trámites, redes sociales, imagen) son prescindentes; mientras que lo que hacemos mecánicamente, sin prestar atención (aquello que damos y recibimos de nuestros más cercanos afectos) es lo que nos conmueve y llena el alma. ¿Servirá el momento forzado de la cueva para aprender el valor de esos lazos intangibles y vitales?
Nos dice Shunmyo Masuno en su El arte de vivir con sencillez: ‘Sumidos en una especie de rutina, de una manera inconsciente pero inevitable, perdemos de vista nuestro auténtico yo y también perdemos la auténtica felicidad. Un día de estos (…) intenta buscar un espacio para el vacío, para dejar de pensar.’ Esos frenos involuntarios a los que nos obligan las cuestiones de salud, son la oportunidad para encontrarnos con ese yo auténtico, fuente de paz y plenitud interior.
Buen encuentro interior en la cueva. Es parte del camino.