¿Nos identificamos con viajeros literarios? ¿Somos nosotros quienes viajamos a través de ellos?
Mientras escribo hoy, escucho nuevamente a Loreena Mackenitt. Esta vez es Caravanserai, en un concierto en vivo en La Alhambra, en 2006, en el Palacio de Carlos V. La canción relata un viaje. Y el lugar donde la canta me remite a mis propios viajes, en especial a uno que realicé hace algo más de cuatro años. Viajes ajenos que tomamos como inspiración de propios viajes, no necesariamente tomándonos un avión, sino transitando rutas internas, muchas veces más pobladas de desafíos y aventuras que las rutas de tierra o asfalto.
En algún momento descubrí un libro de Shinoda Bolen (Las diosas de cada mujer). Su lectura me llevó a interesarme más por su autora (una médica psiquiatra norteamericana de ascendencia japonesa) y por otros libros de su autoría. Así llegue a Viaje a Avalom, un peregrinaje simultáneamente geográfico y personal de Shinoda, un descubrimiento y disfrute de lugares en el mapa junto al significado íntimo y emocional de cada espacio.
Y es Shinoda Bolen quien me hace conocer a Ayla, protagonista de un itinerario largo y fascinante por donde se lo mire. La impresionante imaginación e investigación de Jean Auel pudo recrear esa niña paleolítica que se va haciendo mujer en un camino que, como el Viaje a Avalom de Shinoda, es geográfico y personal. Y es tan detallada la descripción de cada paso en el camino que bien puede ponerse una en la piel, las manos, los ojos de Ayla e ir caminando, creciendo y transformándose con ella. Representa lo ancestral y atávico que nos recuerda que, más allá de lugares y tiempos, hay alegrías y miedos, esperanzas y angustias que compartimos. Y el camino nos interpela, nos responde, nos vuelve vulnerables y también nos refugia. Los caminos ajenos, reales o literarios, pueden ser postas en nuestros propios senderos.
Ha anochecido. Es hora de hacer un alto en el camino.
