“No hay dónde esconderse”… de una misma

“No hay dónde esconderse” de una misma. Ni en la más recóndita y profunda cueva podemos no estar acompañados por nosotros mismos.

Hoy no estoy caminando. Opté por buscar un refugio, una cueva donde descansar antes de retomar el camino. Pero el descanso invita a reflexionar y ensayar respuestas a preguntas no formuladas. “No hay dónde esconderse” de una misma. Ni en la más recóndita y profunda cueva podemos no estar acompañados por nosotros mismos.

La frase del título no es mía. Es de Pema Chodron, de su libro ‘Vivir bellamente, entre la incertidumbre y el cambio’. Es raro lo que me pasó. Tenía claro a dónde iban mis reflexiones de hoy en la cueva. Pero no encontraba un título que representara lo que quería escribir. Y se me ocurrió revisar esos libros de la mesita de luz que están en proceso de ser leídos. Tomé el primero: Vivir bellamente. Abrí dónde había dejado la última vez. Pag 139. Título del capítulo: No hay dónde esconderse. Encajaba perfecto con lo que tenía en mente. Y lo asombroso es que ahí había dejado la lectura. Como un alto en el camino. Para retomar cuando siga caminando.

Para acompañar este descanso, hoy elegí un tema musical que me transporta a dónde yo quiera, aunque esté en la cueva. Es parte de la banda musical de la película Gladiador. El tema es de Lisa Gerrard y ella lo interpreta. Se lo titula Ahora somos libres (Now we are free) pero se le podría poner cualquier título, el que la música te sugiera (también aparecen versiones con el título Elisyum). La letra no tiene traducción (aunque hay algunas versiones libres). Es un idioma inventado por la autora y la vocalización con la que se lo interpreta puede conducir a un estado subconsciente. Esa técnica (melisma) solía aplicarse en cantos de varias culturas antiguas y medievales para generar trances hipnóticos o místicos. ¿Qué título le pondrías a este tema? ¿Qué te sugiere? ¿A dónde te transporta?

A mí me llevó a varios lugares. Uno, a una cueva en la que Ayla (la joven paleolítica) presenció un rito vedado para las mujeres de esa comunidad prehistórica. Ella participó, sin quererlo, de una revelación que tardó mucho en comprender. También me llevó a otra cueva, más actual, en el Himalaya, habitada por una mujer real, Tenzin Palmo. Ella es una monja budista que en soledad meditó 12 años en esa cueva a gran altura. Y allí también tuvo revelaciones que hoy comparte a través de charlas y cursos. Ambas mujeres encontraron en cuevas conexiones internas, profundas, reveladoras. Al igual que ellas en sus cuevas literarias o reales, nosotros podemos internarnos metafóricamente en cuevas personales en las que buscamos refugio y protección, pero resulta que las terminamos explorando y en ese proceso descubrimos lo impensado: una misión, un don, un destino. “No hay donde esconderse” de aquello que somos, de aquello que es nuestra identidad, de lo que nos conecta con la esencia vital que da significado a nuestro camino.

Entonces, no busqué esconderme en la cueva. Reconozco que solo llegué aquí para descubrir qué tiene en su interior. Algo encontraré para agregar a la mochila y seguir el camino enriquecida.

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