Caminos del pasado que llegan hasta hoy

El camino es como una línea que puede unir pasado, presente, futuro.

Caminos del pasado que llegan hasta hoy

Hoy estoy escuchando a Loreena Mackenitt, en La Sereníssima, tema que realmente genera mucha serenidad. Y mientras lo escucho y camino por el sendero que hoy se abre a mis pasos, dejo que mis pies lean las historias del camino.

Caminos que están allí desde tiempos lejanos pero que siguen ofreciéndose para nuevos caminantes, deseosos de sentir, palpar, recorrer. Uso no solo la vista o el tacto sino también otros sentidos más sutiles para percibir lo intangible de las sensaciones de caminar por huellas que otros/as caminantes, nómades, peregrinos, viajeros, aventureros, trabajadores, campesinos, malandras transitaron antes, en otros tiempos pero en ese lugar. Lugar que no es el mismo, que se transformó, pero sigue guardando en su memoria los paisajes que lo precedieron. Es sentir el palimpsesto que hay bajo nuestros pasos. Esas pocas o muchas capas de paisajes y lugares que ya no se ven pero siguen ahí, en el recuerdo, en la historia, en los relatos, en los ojos de quienes conocieron lo que había antes.

También mis pies van leyendo otras sensaciones, presentes, contemporáneas,  simultáneas de quienes transitan a mi par pero con otras experiencias. También las presencias actuales construyen el camino. Y los proyectos que se diseñan para el futuro de ese camino están, en esencia, integrando el todo de ese lugar. El camino es como una línea que puede unir pasado, presente, futuro. ¿Eso lo hace atemporal? ¿Podemos caminar por varios tiempos simultáneamente? ¿El camino nos lleva y trae cuál péndulo del tiempo?

Puedo atravesar caminos antiguos y sentir lo que brota de esas piedras, de esa tierra, de esa arena. Nuestros pies absorben esa fuerza reveladora de otras huellas, lo viven, lo sienten y se lo trasmiten al resto del cuerpo. Pura sensación que se suma a los otros sentidos y nos envuelve. Leer los pasos que estuvieron ahí. Y los que vendrán.

Tuve esa sensación muchas veces. Un lugar dónde lo sentí con mucha intensidad fue en Pompeya (Italia). Es fácil; allí el entorno ayuda. Pero también en otros espacios más simples y cercanos se puede leer con los pies. Recorrer los lugares vinculados a nuestras infancias, a nuestros seres queridos, materializar recuerdos dejando que nuestros pies se vuelvan pequeños como cuando aún no sabíamos atarnos los cordones de las zapatillas.

Sentir cada palmo del sendero, cada historia forjada en ese camino, cada sufrimiento y cada alegría experimentadas allí. Darse cuenta cómo se transformó esa picada en un camino de tierra, luego de piedra, más adelante en ruta de asfalto. Y sentir que aún está ahí esa antigua y primitiva huella que pudo haber desaparecido de nuestra vista pero sigue siendo hollada de manera intangible por nuestros pies. O pararse en una autopista y hundirse metafóricamente hasta llegar al camino original que unía la ciudad amurallada con las afueras (como me pasó en Lugo, España). O cruzar un puente, ver el río debajo y sentir la angustia de la crecida que no llegó a destruirlo pero arrasó con las costas.

Pienso en caminos no visibles, como los de una playa a orillas del mar. En esa arena, que tantas olas ha visto pasar, puedo imaginar los castillos de arena que se desarmaron con la marea alta, disfrutar las cabalgatas que pasaron por ella, fantasear con las miles de historias tristes y felices que sufrían o gozaban cada uno de los pisaron esos granos.

Nuestros pies leen el camino. Y le suman experiencia, relatos, historia, vivencia a ese recorrido. Descubramos las letras mágicas que nos nuestros pies pueden leer. Dejémonos llevar por esas páginas.

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