En el camino se entrena el desapego. Es el camino lo que salva, no echar raíces, nos dice Michel Maffesoli, quien admite haberse inspirado en el poeta Rainer María Rilke para formularla. ¿Por qué recurre Maffesoli a la obra de Rilke? Porque la intensidad de sus escritos nace de su condición apátrida, de su arraigo dinámico, del viaje como destino, de disfrutar de las cosas y de abandonarlas sin angustia. En el desapego hay un sentido de la búsqueda de lo espiritual.
Mientras reflexiono sobre las palabras de Maffesoli, escucho a Faun en su Cuando volvamos a vernos, una manera de hablar del abandono o desapego sin sentido trágico, sabiendo que el camino se separa y puede volver a unirse. Una estrofa de la canción lo dice claramente:
Ahora se divide nuestro camino
En la primera luz matutina
Que siempre se nos adelanta
Encontraremos de nuevo el camino en el valle
Volviendo a Maffesoli, él afirma que ‘la vida está marcada por una multitud de separaciones. Cada una es una parada y un punto de partida. Cada una es una etapa en el proceso de integración que constituye el deambular existencial.’ Es ese nomadismo primordial el que nos define.
¿Quiénes nos acompañan en el camino? Pueden ser personas, ideas, trabajos, pensamientos, proyectos, circunstancias, hechos. Quedarse parado junto a cada una de esas compañías del camino impide seguir caminando.
Algunos de esos acompañantes pueden llevarnos a la necesidad de descansar en una cueva por un tiempo. Pero luego de esa parada, la elección es seguir caminando porque es eso lo que salva, porque caminar es existir. Si debemos dejar en la cueva aquello que nos condujo a ella, será ese su lugar. Esa parada fortalece y anima y también marca un nuevo comienzo. Para poder retomar el camino recuperaremos lo bueno y alentador de esa compañía y dejaremos ir lo que nos impida caminar. Por eso en el camino se entrena el desapego.
¿Cuántas paradas y nuevos comienzos recordaste?